Sobre Estrellas Invisibles
Una noche nos acostamos boca arriba, abrazados, a ver las -pocas- estrellas en el cielo. Mientras contemplábamos ese paisaje, hablamos de la vida, del amor, de los miedos, los desencuentros, los sueños y las cicatrices. Platicamos de todo y, sin darnos cuenta, el tiempo se escurrió.
Pronto nos descubrimos buscando cielos estrellados que contemplar, no sólo por el espectáculo que podía ofrecer un cielo así, sino por la conversación que ese momento despedía. Por la franqueza en las palabras que salían de nuestras bocas, el calor que generaban nuestros cuerpos entrelazados y tumbados en el suelo, y por todo lo que el momento en conjunto suponía.
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Tiempo después nos dimos cuenta que, dado que no siempre habrá cielos estrellados para divisar, si queríamos replicar ese momento, estaba en nosotros hacerlo. Y así fue. Comenzamos a recostarnos en cualquier lugar e imaginar ese manto luminoso en el que podíamos vislumbrar estrellas invisibles y, con ello, encender cuantas veces quisiéramos nuestras noches de interminables y mágicas pláticas.
Y es que nos dimos cuenta que no importaba si era infinidad o concreto lo que nos cubría, el verdadero destello que iluminaba esos momentos, éramos nosotros.
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Por China Camarena y Andrés Murguía